Ángel
esperó cuarenta y cinco minutos a que su hermano llegara. El tiempo pasaba y
pasaba, lentamente, primero cinco minutos, luego diez, veinticinco… ya se
estaba preocupando. Empezaron a surgirle sospechas. «Maldita Alejandra, ya se
volvieron a acostar, aunque Don Gilberto le hizo prometer que no harían nada.»
Luego pensó en las drogas que había hallado en su habitación. No eran mucho,
las drogas de cualquier adolescente, pero ellos no podían permitirse tener algo
así. Si los pillaban, los arrestarían y les harían una ficha policial, es
decir, que perderían el anonimato. «Y perderíamos también la tapadera, joder»
no se olvidaba de eso, era esencial.
Caminó
alrededor de la puerta del apartamento, ansioso. Los gemelos extranjeros que le
acompañaban seguían charlando sobre las tías que se habían follado. Al menos
eso entendió él por los sonidos, gestos y risas que hacían, ya que no conocía
nada de su idioma. Los tres iban a entrar, eso era seguro, pero debían esperar
a Antonio, al hermano de Ángel y a sus dos colegas. Seis hombres contra siete
era más esperanzador que tres. Aunque los rivales estuvieran desarmados. Ángel
se unió a la conversación por un par de minutos.
—Mirad,
yo una vez conocí a una en un bar, que tenía tres pechos.
Los
gemelos se miraron sorprendidos, y el mayor de los dos, Bradisto, le sonrió.
—Nosotros
tener una amiga hace años, que tener tres tetas.
—¿Pero
os la cogisteis? —Bradisto calló, casi humillado, al darse cuenta de que no, no
lo habían hecho. No habían aprovechado una oportunidad entre un millón.
—Yo
me he cogido a tu hermana. —Dijo el otro hermano, y Ángel sonrió, pues su única
hermana se había hecho una operación de cambio de sexo diez años antes, pero no
lo dijo, porque un sonido duro e impactante los hizo callarse a los tres.
La
puerta sonó, y por un instante los tres creyeron que se iba a abrir. No lo
hizo, pero faltó muy poco. Aguantaron la respiración, y los gemelos se llevaron
las manos a las pistolas. «Pesadas como todos los metales, están
listas para ser usadas, cargadas y limpias como están» Había anotado un
rato antes en su cuaderno de poesía. Le gustaba escribir, y era algo que se le
daba bien. Dejó de pensar en ello cuando oyó los pasos en la escalera, y sonrió
al ver al pringado de su hermano entrando al pasillo.
—Ya
sabéis, desenfundad rápido, y todos deben ser tiros a la cabeza, certeros y
definitivos
—Steppen.
— dijo uno de los gemelos, nativo de un país cuyo nombre , aún a día de hoy, es
impronunciable para Ángel. No le gustaba cuando hablaban en su idioma nativo,
porque no les entendía nada, y sus voces sonaban sospechosas.
—Tú
me conoces, D, sabes que siempre acierto a la cabeza, y no dejo huellas. A la
cuenta de tres.
Aquello
era cierto, Ángel nunca fallaba, gracias a sus entrenamientos como militar,
casi una década antes. «Tres… dos… uno» Entraron pegándole una patada a la
puerta, y el especialista tuvo la ocasión de demostrar su talento.
Fuente de la Imagen:
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Agradecimientos al Fotógrafo.
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