Las luces de la
puerta principal del aeropuerto se reflejaban, poderosas, en el rostro de Tim.
Vio su reloj de alta calidad, un reloj regalado por su hermano menor Carlos:
Las cuatro y cuarenta y nueve de la noche, faltando solo cuarenta minutos para
la marcha del vuelo Stellar 240 Airways, un avión tremendamente grande, mucho
más grande que cualquiera de los jets militares que Tim había utilizado para
practicar, en la base militar.
Miró a su hermano
de nuevo, los ojos llorosos, las manos en los bolsillos. La noche se aceleraba,
se acortaba cada vez más, y dentro de un momento ya no estarían el uno delante
del otro. Tim pensó en todos los días que había vivido con su querido hermano,
durante los dieciocho años que habían compartido. «Te extrañaré, compañero»
pensó, pero las palabras se le atascaron en la garganta. El avión se detuvo,
justo en el minuto indicado, y Carlos le sonrió. No fue una sonrisa de “hasta
luego”, sino un simple y honesto “adiós”. Tim no pudo reprimir una lágrima.
—Cuida bien de
todos, como te he enseñado. Y no llores, sé un hombre, madura.
—Adiós, gran C.
Buena suerte del otro lado, y no dejes que te descubran.
Se despidieron con
un abrazo, y Tim se alejó del lugar cuando Carlos y sus tres guardias de
seguridad especial entraron en el avión. Sabía, en lo más profundo de su interior,
que no se volverían a ver, y su hermano ni siquiera le miró al irse.
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Agradecimientos al autor, los derechos de la imagen le pertenecen.
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